El final de la Républica Romana comienza a fraguarse al entrar en la
República Romana Tardía.
La llamada
República romana tardía fue una nueva etapa en la que entro dicho Estado a partir de finales del siglo II a. C. (VII ab urbe condita),
en su nueva posición de hegemonía mundial, tras haber destruido o
debilitado a todas las grandes naciones que pudieran haber representado
una amenaza para su propia supervivencia.
Todas las grandes potencias del Mediterráneo fueron doblegadas por Roma en un corto período. La República Cartaginesa fue destruída en las Guerras Púnicas (146 a. C.), así como el Reino de Macedonia en las Guerras Macedónicas, el Imperio seléucida la gran potencia del este fue reemplazada a potencia de segundo orden en la Guerra Siria y el sometimiento de Grecia al poder romano dejó a Roma como dueña del Mediterráneo.
Roma durante los sucesivos siglos no volvió a tener un enemigo
organizado capaz de poner en peligro su propia existencia, solo algunos
reinos como el Ponto, Numidia o Armenia crearon molestias regionales
rápidamente subsanadas.
En esta nueva era, el mayor problema de la República fueron los
propios enemigos internos, surgidos con los nuevos conflictos
ideológicos y propiciados por el enorme éxito romano, estos saturaron
las antiguas leyes e instituciones republicanas en una gran crisis del
modelo de Estado que fragmentó la sociedad romana. La República se vio
sacudida por nuevas reivindicaciones sociales por parte de los propios
pueblos italianos aliados de Roma, quienes no poseían la ciudadanía
romana y soportaban el peso de las campañas militares, sin tener opción
de acceder a las nuevas oportunidades que ofrecían las nuevas conquistas
territoriales.
Paralelamente, la aristocracia y la clase política concretamente, se
beneficiaron enormemente de las nuevas conquistas del mundo
mediterráneo. Los tributos impuestos a Cartago, Macedonia y Siria, el
botín arrancado a las provincias y las ganancias derivadas del comercio
efectuado, aumentaron su poder y riqueza. Este nuevo poder dotó de
mayores recursos a los propios políticos para llevar a cabo sus propias
aspiraciones personales, aspiraciones que en muchos casos se hacían a
expensas del bienestar del estado. En esta nueva era, las grandes
fortunas permitieron ostentar clientelas enormes con las que se ejercía
influencia y compra de votos, con el único propósito de servir al
aumento del poder personal a expensas de la legalidad, enfermedad que
sin duda alguna fue el mayor problema de la República y la causa final de su destrucción.
El cambio político y social
Las numerosas campañas en el extranjero de los generales romanos
y la recompensa a los soldados con los saqueos de estas campañas
provocó una tendencia general a que los soldados se hicieran más
leales a sus generales que al estado, y una voluntad de seguir a sus
generales hacia una batalla contra el estado.1 Además, Roma fue
acosada por varios levantamientos de esclavos durante este periodo,
en parte porque durante el siglo anterior se habían entregado muchas
tierras para la agricultura en las que los esclavos superaban
ampliamente en número a sus amos romanos. En el último siglo
anterior a la era común tuvieron lugar al menos doce rebeliones.
Este patrón no cambió hasta que Octavio (más tarde
César
Augusto) terminó con él al convertirse en un serio oponente a
la autoridad del Senado y ser nombrado
princeps («emperador»).
Entre 135 a. C. y 71 a. C. tuvieron lugar tres
«Guerras Serviles»: levantamientos de esclavos contra el estado
romano. La tercera, la más seria,2 involucró al final a entre
120.0003 y 150.0004 esclavos sublevados. Además, en 91 a. C.,
estalló la Guerra Social entre Roma y sus anteriores aliados en
Italia,5 6 conocidos colectivamente como los
socii, por la
oposición entre los aliados a compartir los riesgos de las campañas
militares romanas pero no sus recompensas.7 8 A pesar de sufrir
derrotas como la de la Batalla del Lago Fucino, las tropas romanas
vencieron a las milicias italianas en varios enfrentamientos
decisivos, especialmente la Batalla de Asculum. Aunque perdieron
militarmente, los
socii lograron sus objetivos con las
proclamaciones de la
Lex Julia y la
Lex Plautia Papiria,
que concedía la ciudadanía a más de 500.000 italianos.7 Las nuevas
reformas populares incendiaron la ira de muchos senadores
conservadores que apostaban por preservar la pureza romana y el poder
del senado.
Período de los Gracos
Este período se caracterizó por el gran número de seguidores que tenían los Gracos,
Tiberio Sempronio Graco y
Cayo Sempronio Graco.
Tiberio Sempronio Graco
Hacia finales del siglo II a. C., el descontento de los
plebeyos hacia sus opresores los partricios aumentaba. En el año
135 a. C., fue elegido tribuno de la plebe, es decir,
representante de los plebeyos con el poder del veto, un tal Tiberio
Sempronio Graco.
Desde este cargo quiso solucionar el problema agrario y mejorar la
desastrosa situación del campesinado itálico, implantando una serie
de leyes que no fueron muy bien recibidas por la mayoría del Senado.
Propuso una
lex agraria que permitiera el reparto de tierra
procedente del
ager publicus entre los ciudadanos más pobres;
la experiencia de Tiberio en Hispania así como -según reveló su
hermano Cayo- la situación del campo en Etruria, donde la esclavitud
estaba muy difundida, fueron las causas principales que explican sus
revolucionarios proyectos.
Para llevarlos a la práctica contaba con el apoyo de una
factio
senatorial en la que figuraba, entre otros, Apio Claudio Pulcro
(cónsul en 143 a. C.), Publio Mucio Escévola y Publio
Licinio Craso Muciano (cuya hija estaba casada con su hermano Cayo).
Este círculo era contrario al que encabezaba Escipión Emiliano (al
que también unían vínculos familiares, pues Escipión estaba
casado con Sempronia, hermana de Tiberio y de Cayo). En su intento de
sacar adelante su proyecto de ley agraria, trató de revitalizar una
ley más antigua por la que quedaba limitado a 500
iugera (125
Ha.) el máximo de tierra estatal por
possesor (más otras 250
suplementarias por cada hijo); de esta forma se establecía que la
tierra restante debía ser devuelta para proceder a su reparto en
lotes de 30
iugera (7'5 Ha.) como máximo, en las que debían
asentarse cíudadanos sin tierras -en calidad de colonos a
perpetuidad- mediante el pago de una simbólica contribución.
Eran propuestas razonables y coherentes con las leyes Licinias
aprobadas dos siglos antes, pero Tiberio cometió el error de
conducir el proyecto desde una postura de demagogia y radicalidad,
una actuación populista y callejera que contrastaba con su posición
social y su refinado estilo de vida.
El proyecto preveía que la puesta en marcha de la operación
corriera a cargo de una comisión de tres miembros (
Illviri agris
dandis adsignandis iudicandis) elegida anualmente, despertando la
violenta oposición de la aristocracia senatorial, que se valió del
tribuno de la plebe (y pariente de Graco) Marco Octavio para vetarlo
(
intercessio). Sin embargo, Octavio fue, a instancias de
Tiberio, depuesto de su magistratura en una votación de los
comicios, hecho sin precedentes y contrario al
mos maiorum que
fue interpretado por muchos senadores (incluso por algunos
partidarios de la reforma) como un acto revolucionario y
anticonstitucional. Con Minucia, fiel a los proyectos de Tiberio,
como sustituto de Octavio, la asamblea popular no tuvo dificultades
para la aprobación, por unanimidad, del proyecto de ley, eligiéndose
a los tres miembros de la comisión (Tiberio, su hermano Cayo y su
suegro Apio Claudio). La comisión contó con poder ejecutivo, y
cuando Átalo III de Pérgamo legó su reino al pueblo romano,
también con los recursos financieros necesarios, lo que agudizó más
el nerviosismo de la oposición senatorial, encabezada por Escipión
Nasica. En el verano del 133 se convocaron los comicios que debían
decidir la reelección de Tiberio como tribuno de la plebe, lo cual,
sin estar prohibido, atentaba contra la costumbre establecida; de
hecho, para tratar de lograr sus reformas, tuvo que adoptar medidas
dudosamente constitucionales, argumento que utilizaron sus
detractores para minar su apoyo entre los senadores.
Tiberio Graco murió asesinado a golpes el día que se presentaba
a un nuevo mandato, cuando un grupo de exaltados senadores y hombres
armados, encabezados por Escipión Nasica, masacró entre 200 y 300
seguidores de los Graco con mazas y estacas, en el espacio abierto
del templo capitolino. Tiberio murió de un mazazo en la nuca. Su
cuerpo fue arrojado al Tíber, negándosele toda sepultura, mientras
Nasica era destinado, prudentemente, a una misión en Asia, y
Escipión Emiliano justificaba en cierta medida su asesinato. Sus
esfuerzos por una reforma agraria fueron continuados por su hermano
Cayo, el cual fue también asesinado por los mismos motivos.
Cayo Sempronio
Graco
Cayo Sempronio Graco era hermano menor de Tiberio Sempronio Graco.
En el año 123 fue elegido, al igual que su hermano, tribuno de la
plebe. Cayo llevó adelante y con buena mano la aplicación de las
leyes que su hermano había propuesto. Volvió a lanzar la reforma
agraria e hizo en ella algunas variaciones. Éstas son las reformas
que llegó a hacer y que fueron aprobadas:
- Las restituciones del ager publicus se dejaron de lado
y en su lugar se verificó un nuevo reparto de tierras con la
fundación al mismo tiempo de colonias en Italia y en Cartago. Esto
fue una novedad difícil de entender y de aceptar para la clase
senatorial puesto que nunca antes Roma había fundado colonias fuera
del territorio itálico. La colonia de Cartago se creó con la ley
Rubria que fue abolida en el 121 a. C., creando así
una situación difícil y confusa para los colonos. Años después
Julio César reemprendería la colonización.
- Prometió a los soldados que estarían equipados a expensas
del Estado (antes se tenían que pagar ellos mismos sus pertrechos e
incluso aportar las armas). Aprobó leyes para mejorar el servicio
militar y para construir nuevas carreteras que favorecieran la
marcha de los soldados en campaña.
- Puso en marcha una nueva ley, la Ley Annona (Annona
era la diosa de la recolección). Fue una novedad en Roma aunque era
muy conocido este sistema entre los griegos. Esta ley fijaba un
precio para el trigo, estableciendo una cantidad de trigo por mes
(43,5 litros) y con un importe reducido para los ciudadanos romanos
más pobres. La ley fue una medida muy acertada. Años más tarde el
general Cayo Mario la llevaría a cabo con gran éxito lo mismo que
el propio Julio César.
- Abolió la ley Calpurnia del 149 a. C. con
lo que rompió el monopolio del Senado en los asuntos de los
tribunales e introdujo al mismo tiempo la paridad de éstos con los
caballeros.
Cayo Sempronio Graco cometió el gran error de pretender el tercer
mandato consecutivo como tribuno de la plebe. Esta pretensión fue lo
que colmó la paciencia del Senado que se puso en su contra. El
Senado actuó con la estrategia de aconsejar al otro tribuno de la
plebe Livio Druso que se opusiera, otorgando además su apoyo
mediante un
senadoconsulto último (es decir "en caso de
gran peligro, el Senado daba plenos poderes a los cónsules").
Se desencadenaron las revueltas y hubo una gran matanza. Murieron más
de 3.000 partidarios de Cayo Graco y él mismo se suicidó (o mandó
a uno de sus esclavos que le diera muerte) en el bosque Furrina, en
las laderas del monte Janículo de Roma.
El programa de nuevas leyes de los hermanos Graco era en sí mismo
bueno para Roma y para su evolución en la historia. Fracasó porque
fue muy difícil aglutinar a las clases sociales y a sus
inclinaciones tan dispares. La plebe urbana tenía sus intereses que
eran muy distintos de los de la plebe rural y se contraponían en
varios puntos. Ambas eran a su vez enemigas de los caballeros a
quienes consideraban más cerca de la oligarquía senatorial que de
ellas.
La crisis del siglo I a.C.
La muerte violenta de los Gracos dio comienzo al siglo I a.C., el
más terrible y convulso de la Historia de Roma. Durante ese siglo, Roma
se desangró en interminables
Guerras Civiles, cuya causa era precisamente su poder y sus inmensos dominios.
En efecto, las instituciones Republicanas, que habían servido
para gobernar la ciudad durante 500 años y la habían conducido a la
conquista del Mediterráneo, eran insuficientes para administrar sus
posesiones.
Los romanos habían dispuesto sus leyes para evitar que un solo
hombre ostentara el poder absoluto, pero los generales romanos se habían
vuelto demasiado poderosos. Apoyados en sus legiones y en los recursos
de las provincias que gobernaban, pugnaban entre sí para hacerse con el
poder en solitario. Primero
Mario y
Sila, después
Julio César y
Pompeyo, sumieron el Mediterráneo en un baño de sangre.
Primera Guerra Civil
Tras la toma de Roma por Lucio Cornelio Sila, y el golpe de estado
de Cayo Mario y Lucio Cornelio Cinna, la guerra civil era inminente.
Mario murió en 86 a. C. de causas naturales, mientras que,
ante el inminente retorno de Sila, se desató un motín entre las
tropas populares y asesinaron a Cinna. El Senado intentó negociar
con Sila, pero este se negó, por lo que el hijo de Mario, Mario
Minor, reclutó un ejército de populares. Sila y los optimates
desembarcaron en Brindisi en 83 a. C. y venció a las
fuerzas locales de Cayo Norbano Balbo en la batalla de Tifata. Luego,
comenzó su marcha hacia Roma, venciendo a Mario Minor en la batalla
de Sacriporto, y a la última resistencia popular, junto a los muros
de la propia Roma, en la batalla de la Puerta Collina.
Al entrar en Roma, Sila capturó a
12.000 populares, que fueron recluidos en el Campo Marcio. 3.000 de
ellos fueron ejecutados el 2 de noviembre, a pesar de que imploraron
en vano piedad. Sus terribles gritos y lamentos llegaron a los oídos
de toda la aterrorizada ciudad, y del Senado reunido. Sila se sonrió
ante los gestos de terror de los senadores.46
Pero fuera de la Urbe los silanos tuvieron que someter aún, en
los siguientes meses, algunas ciudades de Italia como Praeneste
(donde el hijo de Mario se había refugiado) o Volterra (en Etruria,
que se defendió con éxito hasta el 79). Tras la toma de la primera,
5.000 prenestinos, a quienes Publio Cetego había dado esperanzas de
salvación, fueron llevados fuera de los muros de su ciudad, y aunque
habían arrojado las armas y se habían postrado a los pies de Sila,
éste ordenó inmediatamente que fuesen ejecutados y sus cadáveres
esparcidos por los campos.
Guerra de las Galias
Así, tras el fin de su consulado, César recibió poderes
proconsulares y el gobierno de la Galia Cisalpina y de Iliria,
provincias poco pobladas y pobres. En su primer año de mandato tuvo
que hacer frente a una enorme invasión de helvecios y a varias
invasiones de germanos que pretendían ocupar Italia. En una rápida
campaña exterminó a los helvecios y derrotó a los germanos.
César estimó que organizar la provincia y prepararse para la
defensa era insuficiente, y con la intención o excusa de terminar
con las invasiones del norte, inició la conquista de las Galias.
César logró innumerables victorias, con las que toda Roma se
maravillaba. Dos veces cruzaron las legiones romanas el Rin para
castigar a los germanos por sus incursiones y otras dos veces
cruzaron el Canal de la Mancha, haciendo incursiones en Britania.
Estos logros maravillaron a la plebe, y Roma se vio inundada de
tesoros y esclavos capturados en los saqueos y las guerras del norte.
Como contribución a la literatura universal, César redactó un
registro de sus campañas en la Galia, los célebres
Comentarios
de las Guerras de las Galias, instrumento también de propaganda
política para dar a conocer al pueblo sus conquistas en esas
tierras.
Segunda Guerra Civil
Artículo principal:
Segunda Guerra Civil de la República de
Roma.
El 7 de enero, el Senado proclamó el
estado de emergencia y concedió a Pompeyo poderes excepcionales,
trasladando inmediatamente sus tropas a Roma. El 10 de enero de
49 a. C., César recibió la noticia de la concesión de
los poderes excepcionales a Pompeyo, e inmediatamente ordenó que un
pequeño contingente de tropas cruzara la frontera hacia el sur y
tomara la ciudad más cercana. Al anochecer, junto con la Legio XIII
Gemina, César avanzó hasta el Rubicón, la frontera natural entre
la provincia de la Galia Cisalpina e Italia y, tras un momento de
duda, dio a sus legionarios la orden de avanzar. La guerra
había comenzado.
Inicialmente, Pompeyo le aseguró a Roma y al Senado que podría
derrotar a César en batalla si este marchaba sobre Roma.81 82 Sin
embargo, en la primavera de 49 a. C., cuando César cruzó
el río Rubicón con sus fuerzas invasoras y barrió la península
italiana hacia Roma, Pompeyo ordenó la evacuación de Roma. El
ejército de César no estaba en su máximo esplendor, pues ciertas
unidades permanecían en Galia,81 pero por otro lado Pompeyo sólo
tenía una pequeña fuerza bajo su mando, en la que algunos soldados
de lealtad dudosa habían servido al mando de César.82 Tom Holland
atribuye el deseo de Pompeyo de abandonar Roma a las olas de
refugiados aterrados que despertaron los miedos ancestrales de las
invasiones del norte.83 Las fuerzas de Pompeyo se retiraron al sur,
hacia Brindisi,84 y luego embarcaron hacia Grecia. César
dirigió su atención primero al baluarte de Pompeyo en España pero tras la campaña de César en el Sitio de Massilia y la Batalla
de Ilerda, decidió enfrentarse al propio Pompeyo en Grecia.87 88
Pompeyo venció a César en un principio en la Batalla de Dirraquio
en 48 a. C.89 pero fue derrotado contundentemente en la
Batalla de Farsalia en 48 a. C. a pesar de superar a las
fuerzas de César en dos a uno.92 Pompeyo embarcó de nuevo, esta vez
a Egipto, donde fue asesinado en un intento de congraciar al país
con César y evitar una guerra con Roma.
La muerte de Pompeyo no supuso el fin de las guerras civiles, ya
que los enemigos de César eran multitud y los partidarios de Pompeyo
siguieron luchando tras su muerte. En 46 a. C., César
perdió quizás un tercio de su ejército cuando su anterior
comandante, Tito Labieno, que había huido con los pompeyanos varios
años antes, le venció en la Batalla de Ruspina. Sin embargo, tras
estas horas bajas, César regresó para vencer al ejército pompeyano
de Metelo Escipión en la Batalla de Tapso, tras la cual los
pompeyanos se retiraron de nuevo a España. César venció a las
fuerzas combinadas de Tuto Labieno y Cneo Pompeyo el Joven en la
Batalla de Munda, en España. Labieno murió en batalla y Pompeyo el
Joven fue capturado y ejecutado.
A pesar de sus éxitos
militares, o quizás a consecuencia de ellos, se extendió el miedo a
que César, que ahora era la figura principal del estado romano, se
convirtiera en un gobernante autocrático y terminara con la
República Romana. Este miedo llevó a un grupo de senadores que se
hacían llamar
Los Liberadores a asesinarle en 44 a. C.
Tercera Guerra Civil
Tras esto hubo una guerra civil entre los leales a César y los
que apoyaron las acciones de los Liberadores. El partidario de César,
Marco Antonio, reprendió a los asesinos y estalló la guerra entre
las dos facciones. Antonio fue denunciado como enemigo del pueblo y
se le confió a Octavio el mando para hacerle la guerra. En la
Batalla de Forum Gallorum, Antonio, sitiando al asesino de César,
Marco Junio Bruto, en Módena, venció a las fuerzas del cónsul
Pansa, que fue asesinado, pero inmediatamente después Antonio fue
derrotado por el ejército de otro cónsul, Ircio. En la Batalla de
Módena, Antonio fue derrotado de nuevo en batalla por Ircio, que
murió en ella. Aunque Antonio no consiguió capturar Módena, Décimo
Bruto fue asesinado poco después.
Octavio traicionó a su partido y entró en relaciones con los
cesáreos Antonio y Lépido, y el 29 de noviembre de 43 a. C.
se formó el Segundo Triunvirato, esta vez como figura oficial. En
42 a. C., los triunviros Marco Antonio y Octavio lucharon
la poco concluyente Batalla de Filipos contra los asesinos de César
Marco Bruto y Casio. Aunque Bruto venció a Octavio, Antonio venció
a Casio, que se suicidó. Bruto también se suicidó poco después.
Cuarta Guerra Civil
Sin embargo, estalló de
nuevo la guerra civil cuando el Segundo Triunvirato de Octavio,
Lépido y Marco Antonio fracasó igual que el primero en cuanto
hubieron desaparecido sus oponentes. El ambicioso Octavio construyó
una base de poder y luego lanzó una campaña contra Marco
Antonio.Junto a Lucio Antonio, el hermano de Marco Antonio, Fulvia
levantó un ejército en Italia para luchar contra Octavio, pero fue
derrotado por Octavio en la Batalla de Perugia. Su muerte produjo una
reconciliación parcial entre Octavio y Antonio, que prosiguió para
aplastar al ejército de Sexto Pompeyo, el último foco de oposición
al segundo triunvirato, en la naval Batalla de Nauloco.
Al
igual que antes, una vez que fue aplastada la oposición al
triunvirato, este empezó a resquebrajarse. El triunvirato expiró el
último día de 33 a. C., no fue renovado por ley y en
31 a. C. volvió a estallar la guerra. En la Batalla de
Actium, Octavio venció decisivamente a Antonio y Cleopatra en un
combate naval cerca de Grecia, utilizando el fuego para destruir la
flota enemiga.
A continuación Octavio se convirtió en Emperador de Roma bajo el
nombre de Augusto y, en ausencia de asesinos políticos o
usurpadores, consiguió expandir en gran medida las fronteras del
Imperio.
La muerte de la República
Con la victoria de Octavio sobre Marco Antonio, la República se
anexionó de facto las ricas tierras de Egipto, aunque la nueva
posesión no fue incluida dentro del sistema regular de gobierno de
las provincias, ya que fue convertida en una propiedad personal del
emperador, y como tal, legable a sus sucesores. A su regreso a Roma
el poder de Octavio es enorme, tanto como lo es la influencia sobre
sus legiones.
En el año 27 a. C. se estableció una ficción de
normalidad política en Roma, otorgándosele a Augusto, por parte del
Senado, el título de
Imperator Caesar Augustus (emperador
César Augusto). El título de emperador, que significa «vencedor en
la batalla» le convertía en comandante de todos los ejércitos.
Aseguró su poder manteniendo un frágil equilibrio entre la
apariencia republicana y la realidad de una monarquía dinástica con
aspecto constitucional (Principado), en cuanto compartía sus
funciones con el Senado, pero de hecho el poder del
princeps
era completo. Por ello, formalmente nunca aceptó el poder absoluto
aunque de hecho lo ejerció, asegurando su poder con varios puestos
importantes de la república y manteniendo el comando sobre varias
legiones. Tras su muerte Octaviano fue consagrado como hijo del
Divus
(divino) Julio César, lo cual le convertiría, a su muerte, en dios.